La Nueva Reforma Constitucional en China: ¿“nueva era”, “tercera revolución”? Continuidades y discontinuidades del “sueño chino”

La reforma constitucional china efectuada por el XIX Congreso del Partido Comunista Chino en 2017 suma nuevos desafíos políticos para  China, tanto en el plano nacional  como internacional. El anuncio de una “nueva era” no deja de enfatizar, sin embargo, el viejo tópico de “la especificidad china” de hacer política que en esta circunstancia refiere paradójicamente tanto a la (s) tradición(es) neoconfucianas(s) como al socialismo, a una economía decididamente orientada al mercado capitalista y, a la vez, férreamente controlada por el Partido y su líder, y a un fuerte nacionalismo con aspiraciones globales expresadas en la expansión comercial y financiera y la innovación tecnológica bajo la premisa de un mundo armónico (“todo bajo el cielo”).

Por cierto que la reforma despierta múltiples interrogantes, en particular si la “nueva era” continuará o discontinuará el modelo político chino de las últimas décadas. ¿Cómo interpretar el discurso de Xi fundado en el rechazo a modelos extranjeros en relación a los principios orientadores de la “Reforma y Apertura” de Deng Xiaoping ? ¿Contribuirá el “rejuvenecimiento” a realizar el “sueño chino” y a reconfigurar el orden mundial sin pretensiones de expansión ni de hegemonía? ¿Ratificará China el rumbo civilizatorio actual o propondrá al mundo un nuevo modelo de desarrollo “a la china”?


Excurso epistemológico


Que estos interrogantes apunten hacia el futuro, no significa que no haya que bucear en el presente y en el pasado algunas claves de su sentido. En nuestro caso, además, como partícipes de la cultura occidental, se requiere un ejercicio de reflexión intercultural que evite el facilismo tanto del universalismo eurologocéntrico como de su contrapartida el relativismo antieurocéntrico. Para el primero, la reforma china vulnera núcleos clave de la política democrática occidental; para los segundos, la reforma se autolegitima en su propia historicidad. En ambos casos, la facticidad justifica la normatividad. Cada uno de los esquemas de pensamiento queda encerrado en “su” verdad. ¿Puede producirse una correcta comprensión de los fenómenos sociales y políticos desde estos abordajes monológicos? Sin duda no. Comprender y juzgar críticamente la “reforma china” requiere abandonar la ilusión de que es posible despojarnos de nuestras categorías y valores pero también la idea de que es imposible entender, comprender y juzgar al otro. Juzgar críticamente al otro ( y por el rodeo del otro a nosotros mismos), no es un acto de coerción, sino de comunicación. El principio de toda conversación.


La “Nueva Era”: “el socialismo con características específicamente chinas”


La “nueva era” se funda en el pensamiento de Xi sobre el “socialismo con características chinas”.  La cuestión de lo “específicamente chino” remite a los debates seculares sobre   las relaciones y mutuas influencias entre Oriente y Occidente, entre lo singular y lo universal, lo propio y lo ajeno, lo cercano y lo lejano. Estos debates no son nuevos en el tiempo, y los hallamos en distintos momentos de la historia china, aun cuando se agudizan en la época de la “humillación nacional” (s. XIX y principios del XX), cuando se producen las distintas aventuras coloniales europeas y japonesa. Por cierto estos debates se producen en muy diversas culturas, en particular desde el siglo XV y XVI en adelante, con distintos matices y grados de intensidad y en función de las distintas experiencias coloniales. 1

Pero a diferencia de lo ocurrido en otras latitudes, en las que se ha enfatizado la oposición entre ambos polos, la mainstream del pensamiento chino ha estado pragmáticamente dispuesta a conciliar con espíritu ecléctico lo occidental (en la aplicación) y lo chino (en  los fundamentos), sin resignar sus propias ideas de universalidad basadas en los grandes clásicos maestros del pensamiento chino. Por otra parte, en los debates chinos no se advierte la aversión a la copia de modelos, como ha sucedido en debates análogos surgidos de experiencias coloniales y poscoloniales. Para los chinos copiar es una actividad valorizada culturalmente en la medida en que es un proceso de recreación y transmutación del original por el cual lo copiado queda incorporado como propio, como  “chino”.  Ejemplo de esta apropiación es sin duda el marxismo, cuyo origen occidental no constituyó un obstáculo para su apropiación y resignificación en China.

Sin embargo, parecería que lo “específicamente chino” de Xi se aleja de esta mainstream y se ideologiza. Desde un fuerte nacionalismo Xi acentúa el rechazo a modelos extranjeros, en particular los de cuño liberal. Paradójicamente Xi, conspicuo sostén de la globalización (¿a la china?), rehabilita a la nueva izquierda nacionalista y maoísta -aunque él pareciera estar más cerca de Lenin que de Mao-, y alienta el neoconfucianismo como doctrina legitimadora del régimen. Virtudes tales como  la piedad filial, el respeto a las jerarquías y a la autoridad, la confianza, el sentido comunitario y el valor de la armonía constituyen elementos que no sólo garantizan la cohesión social sino que constituyen un modelo para China y para el mundo. Marx y Confucio. Justicia social y virtud. Del actual experimento chino queda fuera, por el momento, el denguismo y el  postdenguismo de Jiang Zemin y  Hu Hintao, en especial su espíritu aperturista, plural y su defensa de la democracia como “Quinta Modernización”.

La "nueva era" no parece tampoco incluir la idea de un “tercer iluminismo” 2 que habían postulado algunos intelectuales a fin de superar la tensión creciente entre las rápidas transformaciones económicas y el estancamiento de las reformas políticas, entre  la  apertura de China al mundo y el Partido que se resiste a los valores universales, y entre los cambios revolucionarios en las telecomunicaciones y la estricta censura de los medios que ejerce el gobierno.3

En la visión de estos intelectuales era necesario ponerse a tono con ciertos valores de Occidente imprescindibles para China, entre ellos el Estado de Derecho y el constitucionalismo, la protección de los derechos individuales y la limitación de la autoridad y la restricción del poder del gobierno. Estos debates de fines de los ´90, en los que participaron activamente el gobierno y el Partido, habían concluido que la ley no es sólo una herramienta para gobernar, sino que hay que gobernar por la ley. Sin  embargo, hoy todo parece indicar que ésta última posición ha perdido terreno y que la ley y la constitución están supeditadas al poder del Partido identificado con el Estado y del líder “central” en la persona de Xi, algo que no ocurría desde la época de Mao, ya que la Reforma de Deng había sustituido la visión y administración individual del poder por la de un poder colectivo, con reglas claras para su implementación.

Esta propuesta de democracia constitucionalista renovó la secular discusión sobre lo nativo y lo ajeno en relación a los sistemas legales, siendo las opciones el rechazo, la corrección y/o la absorción. Así se sostuvo que muchas cosas trasplantadas podrían pasar a ser parte esencial de la cultura nativa y defendidos como tales aún por los nacionalistas. Una vez más, el pragmatismo chino proponía distintas combinaciones entre los valores occidentales y los “específicamente chinos” mediante la ampliación de los debates públicos. Por el contrario, la actual reforma de Xi acentúa la importancia de lo nativo y local sin dejar de buscar el lugar de China en el mundo global, desde su propia modernidad y dentro de los binomios ´China/Occidente´ y ´tradición /modernidad´.4 En este sentido hoy se habría producido una “reorientalización” de Asia, algunos de cuyos síntomas son la cuestión de “los valores asiáticos”, y de China, mediante la recuperación de Confucio, cuya figura y pensamiento había sido objeto de fuertes críticas y marginación durante el maoísmo y otros periodos de la historia china.

Por cierto que hay una relación entre el ascenso del neoconfucianismo, la revalorización de “lo propio” y el retroceso del constitucionalismo democrático, dado que para Confucio era más importante un buen líder que una buena ley, y cuya política está fuertemente impregnada por la ética. No es que China carezca de leyes ni de constituciones, pero hay que distinguir entre la regla de la ley y la regla de la virtud, entre un Estado con Derecho y un Estado de Derecho.

He Weifang5 observa que durante la época de Mao se sancionaron solamente dos leyes: la constitución y la ley de casamiento, y que en 1977 había 200 estudiantes de derecho en todo el país,  concluyendo  que sin duda el comunismo y la concepción tradicional de la ley es causa y consecuencia de un sistema judicial dominado por legos y dependiente del poder político. Pero mientras que en 2011 podía sostenerse que China estaba en una transición de la reforma de la constitución al constitucionalismo, y muchos de sus defensores creían que ésta era la prioridad para evitar una revolución popular “de abajo hacia arriba”, hoy el constitucionalismo democrático ha retrocedido frente al personalismo de Xi y a su defensa del confucianismo. A los viejos métodos de eliminación de la oposición, censura cibernética (dentro y fuera de China) y, en general, a los límites a la libertad de expresión hay que agregar nuevos métodos de adoctrinamiento, tales como “Estudie la Gran  Nación”, una app que promueve el pensamiento y las acciones de Xi, y que se propaga velozmente en escuelas, fábricas, empresas, oficinas gubernamentales, recompensando a los que más la usan, y el controvertido sistema de control social a través de los créditos sociales.


En síntesis, China se enfrenta a múltiples necesidades y desafíos internos y externos sin un sistema jurídico independiente y gobernado no según la ley sino por la ley, sin avances hacia una mayor democratización intrapartidaria, con un sistema de elecciones restringido a los ámbitos locales (aunque éstas se realizan en un 90 % de las pequeñas localidades) y con un desarrollo interesante pero aun sumamente parcial de la democracia deliberativa. Todo ello torna más urgente encontrar otras formas de legitimidad más allá de los beneficios del crecimiento económico. Es en esta dirección que la  exacerbación  del orgullo nacional y la apelación a la regla de la virtud confuciana, reorientada a la realización de una vida austera y comunitaria, constituyen cartas que el gobierno juega fuertemente en esta etapa, conjuntamente con las prácticas de control y adoctrinamiento mencionadas.

Hay que preguntarse también por el impacto de lo “específicamente chino” y de su “excepcionalismo” en el actual escenario internacional, dado que China participa activamente del mismo aceptando sus principios legales y jurídicos: ¿podrá China superpotencia sostener una doble política en el plano nacional e internacional, compatibilizando la aceptación de dichos principios de cuño claramente occidental, la política del “go out” y la globalización con su acendrada defensa de la “chinesidad” y el nacionalismo?

Muy especialmente hay que preguntarse cuál es la referencia histórica de la “especificidad china” a la que alude Xi, dado que China no es una entidad ahistórica ni un bloque homogéneo, que no hay una esencia inmutable de “lo chino” y que, por el contrario, éste  ha sido el error conceptual del orientalismo eurocéntrico que, paradójicamente es reapropiado y replicado hoy en muchas culturas asiáticas, en lo que Mazumdar y Kaiwar han llamado “el orientalismo en reversa”.

Sin embargo, no pareciera ser éste el error de Xi. Por el contrario, lo “específicamente chino” de Xi es un “experimento” político que sorprende por el  audaz eclecticismo con  que mezcla ideas y temas que surgen de distintas tradiciones chinas y no chinas. Lo que queda afuera es la pata liberal, aunque de hecho y de derecho ésta tendría también legítimas credenciales como para aspirar a formar parte del concepto, dada la historia de la tradición liberal china. Además, ¿cómo ignorar hoy la creciente liberalización de la sociedad china, debida a la espectacular aceleración del ritmo de cambio, de escala y de crecimiento, que la ha hecho más plural y heterogénea y más consciente de sus derechos? Dada la indivisibilidad de los derechos, sería errado pensar que el pueblo pueda reclamar algunos de ellos (los económicos) y no otros (los civiles y políticos).

Hoy el régimen pretende reemplazar el consumismo por la austeridad y fomentar el regreso a los valores clásicos (confucianos) pero, ¿decrecerá la ola que ha generado una nueva clase media, amante del consumo y la riqueza, aun a sabiendas de que promueve la desigualdad?, ¿podrá revivirse el confucianismo?, ¿es posible revivir una tradición adormecida?,  ¿se  trata de un “regreso” o de una “reinvención”? Cómo se pregunta Anne Cheng, ¿habrá existido el confucianismo más allá de las élites?6 En cualquier caso, se trata de un desafío mayúsculo: contener y revertir la orientación cultural en alza mediante políticas destinadas a millones de personas que mezclan el ´soft power´ con el control informático y comunicacional.


El rejuvenecimiento de China

 

El objetivo básico de la “Nueva Era” es el rejuvenecimiento de China, idea que ya había sido propuesta por Deng, Zhang Zemin y Hu Hintao, pero que ahora Xi asume, desde su primer mandato, con más determinación y con otras estrategias. Rejuvenecer a China es realizar el “sueño chino” que, como señala Elizabeth Economy, evoca el Reino Medio exigiendo tributo al mundo: China como fuente de innovación, creando papel, pólvora, imprenta, China como un poder expansivo con la dinastía Ming, navegando a través de Asia al cabo de Hornos y al Mar Rojo, y lejos de los periodos de humillación (1849- 1949), cuando fue invadida por poderes extranjeros o de los periodos en los que China sufrió a manos de sus propios gobiernos (el Salto Adelante, la Revolución Cultural, Tiannamen).  En la Exhibición en el Museo Nacional de China, dos semanas después de la sesión inaugural del Congreso, Xi presenta “El camino a  la  renovación”.  Allí,  recuerda Economy que  Xi llamó al rejuvenecimiento  “el sueño más grande de la nación China  en la historia moderna”, y subrayó el lazo entre la China imperial y la China liderada por el Partido Comunista, más allá de que la historia china está marcada por revoluciones, levantamientos políticos y sociales y la discontinuidad en el liderazgo y en las ideologías políticas. 7

El “rejuvenecimiento” es la continuidad del “sueño chino” de la grandeza de China y del bienestar de su pueblo, un sueño colectivo, dado que “solo cuando al país le va bien, a cada persona le va bien”. Más aún, si bien el sistema no tiene pretensiones de hegemonía, según Xi otros países podrán aprovechar la sabiduría china y el abordaje chino de resolver problemas.

El sueño chino es la “tercera revolución”8: la primera fue la de Mao, que intentó que el Estado penetrara la sociedad y la segunda la de Deng, quien abrió China al mercado y liberalizó la política. Para Xi ambos fracasaron: China no logró posicionarse en el lugar  que le corresponde en el concierto mundial ni tampoco logró erradicar la corrupción, el enemigo número uno en su visión política.

¿Cómo superar entonces esta década perdida -la primera del siglo XXI-, a pesar del surgimiento de China en el escenario mundial y de su espectacular crecimiento económico?

¿Cómo hacer de China algo más que un mercado de trabajo barato y poco calificado y asegurar la calidad de vida de la población?

Básicamente, para Xi se trata de 1) luchar contra la corrupción, b)garantizar una sociedad moderadamente desarrollada y disminuir la pobreza, c)ubicar a China en el lugar internacional que se merece, como un actor protagónico, y 4) promover la “innovación” en todos los campos, en especial en el científico-tecnológico.

Para lograr estos objetivos era imprescindible una reforma política, que venía atrasada respecto de la reforma económica. Pero mientras que muchos esperaban que ésta viniera de la mano de una mayor liberalización y democratización, Xi reforzó las estrategias de centralización de la autoridad en torno a su liderazgo personal y de penetración intensa del Estado en la sociedad, mediante mayores regulaciones y restricciones económicas, culturales y sociales.

1) La cuestión de la corrupción es clave y una vieja batalla de Xi, ya que en la medida en que corroe la idea misma de igualdad y socava la confianza del pueblo, podría desestabilizar el poder del Partido.9

2) Garantizar “una sociedad moderadamente desarrollada” y austera,  constituye  un objetivo prioritario que, conjuntamente con la disminución de la pobreza y la defensa del medio ambiente podría indicar una nueva orientación en el modelo de desarrollo.

3) Constituirse en potencia económica y política mundial es una vieja deuda que China  tiene consigo misma, a fin de superar el sentimiento de inferioridad y recuperar el orgullo nacional.

4)    La innovación y, en particular la innovación tecnológica es reconocida como la fuerza motriz para impulsar al desarrollo, para construir “una China digitalizada y una sociedad inteligente” que contribuya a crear 10 millones de empleos nuevos por año. Inculcar una mentalidad innovadora requiere, por cierto, cambios profundos en la educación china tradicionalmente enfocada a la repetición y escasamente crítica.

El miedo al caos social en el plano interno (caída de la confianza, excesivas expectativas de consumo, etc.) y/o el miedo a los distintos obstáculos internacionales que enfrenta China (aplicación de aranceles, intrusión en Taiwan, fronteras aun inseguras, pérdida de influencia en Corea del Norte etc.), explican la firmeza e insistencia de Xi en la enunciación del “socialismo con características chinas” y también sus anuncios de “próximas guerras sangrientas”. Dado que de guerras se trata, hay que movilizar los recursos materiales y simbólicos de más de 1.300 millones de personas hacia esta nueva etapa del sueño chino. Semejante gesta requiere, sin duda, y máxime en un momento civilizatorio mundial crítico, tomar medidas excepcionales.

Por cierto que estas decisiones no significan rupturas radicales con el estilo político que Xi venía ejerciendo desde su asunción en 2011, en particular en lo relativo a la acumulación de cargos, a la eliminación de opositores, al cultivo de una imagen pública paternalista y popular y a la decisión de hacer de China una superpotencia. Pero el XIX Congreso consolida y profundiza esta tendencia autorizando la posibilidad de la reelección  indefinida, la concentración y unificación del poder  en torno a  su liderazgo “central”  y a la elevación de su pensamiento como “guía” (solo comparable con Mao y Deng), además de mayores controles políticos, comerciales, financieros y sociales a través del  ciberespacio dentro y fuera de China.

En resumen, ¿qué es, entonces, lo “nuevo” de la nueva era? Por un  lado,  hay continuidades con el clásico y siempre vigente modelo político chino “de arriba hacia abajo”, jerárquico, verticalista y elitista, cuyo pragmatismo se ve ahora estrechado por el peso de una mayor carga ideológica, ecléctica e inclusive contradictoria: socialismo y capitalismo, nacionalismo a la China y protagonismo internacional fundado en la armonía de “todos bajo el cielo”, China caso y China modelo, China legitimada por la virtud del gobernante benevolente (que sabe gobernar y sabe lo que es bueno para el pueblo) y del pueblo (que confía en aquél).

Por el otro, hay discontinuidades importantes con la historia de los últimos 40 años y con otras etapas anteriores al maoísmo. La mayor de ella es el fin del denguismo, de su espíritu aperturista, particularmente de una visión de China de bajo perfil, conciliadora con Occidente, y tendiente a una mayor democratización política expresada en las reglas de los mecanismos sucesorios, en la disminución de la concentración de poder y de funciones en el liderazgo, y en las decisiones colegiadas. Fundamentalmente, en su apreciación de la democracia como “algo bueno”, en los términos de Yu Keping, asesor de Hu Hintao, miembro del Bureau Político del Partido y académico de la Universidad de Beijing.

Discontinuidades con la idea de que la democracia era la “5ta modernización”, aun cuando no se dejara de plantear la especificidad de una democracia a la china. En ese periodo, en el que hay que incluir el primer gobierno de Xi, China se liberalizó y se democratizó en los niveles locales y provinciales, en dónde el voto a los gobiernos locales se combinó, como señalamos, con numerosas y diversas prácticas de deliberación democrática. Prácticas que hicieron decir a muchos intelectuales, chinos y no chinos, que no sólo China era un experimento político de carácter excepcional sino que quizás tuviera más capacidad que Occidente para reinventar la democracia en crisis a nivel mundial.10 Hoy hay que preguntarse si estas políticas tendrán o no continuidad.

Nuevas tecnologías, como la del 5G, e iniciativas como las del Banco Internacional de Inversiones y las de la Nueva Ruta de la Seda no hacen sino estimular ambiguamente esperanzas y temores. Esperanzas de una globalización armónica y para todos, y temores respecto a que este ´soft power´ funcione como una nueva modalidad del imperio –no imperialista- o como un nuevo ´Big Brother´. Pero, aun cuando sean sinceras las declaraciones chinas respecto a que no pretende imponer su modelo a escala global, no se puede ignorar el creciente conflicto entre la magnitud, escala y aceleración  de  su expansión tecnológica, comercial y financiera, por un lado, y la creciente debilidad política de Occidente, que profundiza cada vez más las tensiones entre economía, política y sociedad, que el modelo keynesiano y neokeynesiano no ha podido subsanar.

¿Se dirimirá el futuro – que ya se vislumbra en el presente- en una guerra entre distintos modelos de controles estatales: Occidente y China amenazando y seduciendo alternativamente empresas y gobiernos a fin de preservar y/o acrecentar sus cuotas de poder mundial? Las empresas líderes en comunicación e información – Amazon, Google, Facebook, Apple, etc.- ¿aceptarán los controles que impone China a fin de poder operar  allí o se doblegarán ante los requerimientos de sus países de origen, por temor a represalias económicas o por miedo a nuevos estilos de dependencias? ¿Cómo se compatibiliza esta oleada de controles a nivel nacional e internacional con la idea benéfica de integración mundial de la Ruta de la Seda, en especial para los países y regiones subdesarrollados y  con poca capacidad de decisión autónoma, en dónde ya se han generado no pocos sobresaltos y desconfianzas?

¿Podrá el gobierno del Partido centralizado en Xi controlar tantas variables a nivel nacional y mundial? ¿Cómo habérselas con el disciplinamiento que exige el sistema y la mayor flexibilización y laxitud cultural civilizatoria? ¿Será adecuados los métodos de adoctrinamiento y control propuestos en estos tiempos civilizatorios? ¿Podrán reinventarse el socialismo y el confucianismo?

¿Es posible no hablar de “expansión” del proyecto chino de desarrollo comercial, financiero, tecnológico y cultural y que éste deje indemne al resto del mundo, en su política, su sociabilidad y su cultura? ¿Constituirá la “nueva era” china una nueva modernidad “específicamente china” y, a la vez, global, como lo fue -es- la modernidad global nordatlántica? ¿Se reconfigurará el mundo cómo sucedió en tiempos de la expansión de la modernidad europea?

Los autores también sostienen que la democracia occidental no tiene mayor capacidad de corregirse a sí misma que el sistema chino.

Por cierto que la debilidad de Occidente  no hace sino potenciar los temores y endurecer  las posiciones, tal como se está viendo con la guerra comercial de los aranceles y con la batalla por la hegemonía tecnológica. En respuesta a estas presiones y previendo que serán de larga duración, muchas empresas están comenzando a abandonar China y a radicarse en países más “neutrales” (y de salarios más bajos), y otras están deslocalizando sus cadenas de producción, a fin de disminuir su dependencia respecto del gobierno chino.

Finalmente, también hay que preguntarse si esta reforma política es producto de la fortaleza china o de sus debilidades. En cualquier caso, si de debilidades se trata, no cabe duda de que China ha tomado la iniciativa.

Para concluir, el “socialismo con características chinas” no es una fórmula nueva en China, ni tampoco los anuncios de una “nueva era” ni de una “revolución”, ya que en esta renovación de las expectativas consiste, precisamente, el recurrente rejuvenecimiento del “sueño chino”. Si bien el tiempo dirá cuánto hay de convicción ideológica y cuánto de necesidad política en el actual explícito rechazo a modelos extranjeros, en la concentración de poder, en la identificación entre Estado, gobierno y Partido y en los mayores controles en los sistemas de información y comunicación, hoy no podemos dejar de preguntarnos si la realización de los objetivos de la nueva era requieren concentrar todo el poder en un líder y en sus ideas.

Podrá decirse que la vocación de grandeza y de crecimiento de una nación ha exigido en muchos casos –no siempre- encolumnarse sin fisuras detrás de un líder; para ello, especialmente los desafíos modernizadores no han eludido el riesgo del autoritarismo. Podrá pensarse que la magnitud del proyecto amerita tamañas decisiones. Pero la duda persiste: ¿serán los medios a los que acudió Xi los más adecuados para la realización de  sus objetivos? Muchas experiencias históricas en China y fuera de China parecieran indicar lo contrario, ya que, al menos en el largo plazo, las experiencias democráticas parecieran contribuir más al crecimiento económico y al bienestar individual y colectivo que las autoritarias.

Elizabeth Economy señala varias dificultades de esta Tercera Revolución: que la centralización no eliminará el disenso, que la mayor ambición china producirá más zonas de conflicto, que un orden liberal mundial es difícilmente compatible con una  superpotencia iliberal y que el ´soft power´ chino da muy pocas oportunidades a la sociedad civil y a la prensa.

Todas estas dificultades remiten, de un modo u otro, a la matriz de legitimación de la política china y del gobierno benevolente: la “vía real”.  Sin embargo,  no parece haber  sido ese el camino elegido por Xi para legitimar la “nueva era”: en su decisión han jugado la ´tierra´ (la historia, la cultura, las necesidades) y el ´cielo´ (un orden superior trascendente que puede interpretarse como una voluntad rectora con características personales), pero no queda claro como lo ´humano´ (el pueblo) ha  participado en la  misma. ¿Cuál es el reservorio de confianza y de qué tipo es la misma?, ¿se han tenido en cuenta los cambios producidos en la sociedad china y en la sociedad mundial o seguirá intacto, como capital histórico-cultural compartido, lo que Metzger denomina el “optimismo intramundano” chino, la creencia de que todo va moverse siempre en dirección a algo mejor? El diálogo recién comienza y, una vez más, los tiempos críticos auguran épocas interesantes.


*Este artículo es un capítulo del libro Desafíos actuales en Asia Oriental, compilado por Fernando Pedrosa, Cecilia   Noce y Max Povse. Puede adquirirse en: https://www.eudeba.com.ar/POD/9789502331188/Desaf%c3%ados+actuales+de+Asia+oriental 



Notas


En Latinoamérica la pregunta por lo “específicamente latinoamericano” se remonta al siglo XIX (aun cuándo reconoce antecedentes en siglos anteriores respecto a nuestro estatuto humano y nuestra capacidad racional) y continúa hasta la actualidad, en una recurrente interrogación por la identidad. El posicionamiento en este terreno semántico e ideológico abre el horizonte de las disputas sobre la “esencia” de lo latinoamericano, lo “originario” que funda y sobre lo cual se desarrolla el edificio histórico-cultural (latinoamericano) que debe ser preservado y/o recuperado en la medida en que ha sido bastardeado por la conquista, la colonización y el neocolonialismo.

El primero fue el del Movimiento del 4 de mayo de 1919 y el segundo el de fines de los ´70 a fines de los ´80 (postmao), que finalizó trágicamente en 1989 en Tiannamen. Para el “Tercer Iluminismo”, ver He Weifang (2012), In the Name of Justice. Striving for the Rule of Law in China, Brookings Institution Press, Washington DC. Foreword by John L.Thornton, Introduction by Cheng Li.

He Weifang, Op.Cit., “Introduction”, p. xxii.

Véase Sucheta Mazumdar, Vasant Kaiwar, Thierry Labica (2009), From orientalism to postcolonialims: Asia, Europe and the Lineage of Difference, Routledge,Oxon.

He Weifang, Op.Cit., pags..xxxix y sgs.

Véase Cheng,Ann,  “Seeds of Democracy in Confucian Tradition”.

Economy, Elizabeth C, The Third Revolution,   Introduction, pag. 3

The third revolution es el título del texto de E. Economy.


9Hay que destacar la extremada importancia del rol político de la confianza en China, un valor histórico presente en todas sus tradiciones intelectuales y en particular en la confuciana: se trata de un vínculo directo entre gobernantes y gobernados que constituye la piedra de toque de la legitimidad del régimen político. La confianza en los gobernantes, el respeto y la satisfacción con su tarea constituyen sin duda el lazo político primordial que la corrupción destruye abriendo el camino a la pérdida de reciprocidad y a la desigualdad.

10 Como afirman, entre otros, Suisheng Zhao (2000), China and Democracy. Reconsidering the Prospects for a Democratic China y Wang Hui en The End of Revolution. Berggruen, Nicolás y Gardels, Nathan sostienen en Gobernanza Inteligente para el siglo XX “El dramático crecimiento económico de China en las dos últimas décadas del siglo XX y la perspectiva de su emergencia como un gran poder en el siglo XXI, ha aumentado notablemente su peso e importancia en los asuntos mundiales. En consecuencia, el progreso, o la falta del mismo, en la transición de China hacia la democracia se ha convertido en un asunto central para la comunidad internacional”, p.42.


Bibliografía

 

Berggruen, Nicolás y Gardels, Nathan (2013), Gobernanza Inteligente para el siglo XXI, Taurus, Buenos Aires

Cheng, Ann, “Seeds of Democracy in Confucian tradition”, en Delmas-Marty, Mireille and Will, Pierre -Étienne, China, Democracy and Law.A histortical and contemporary approach, Brill, Leiden-Boston

Economy, Elizabeth C, (2018) The Third revolution. Xi Jinping and the New Chinese State, Oxford University Press, New York.

He Weifang (2012), In the Name of Justice. Striving for the Rule of Law in China, Brookings Institution Press, Washington DC. Foreword by John L.Thornton, Introduction by Cheng Li

Metzger, Thomas (2012), The Ivory Tower and the Marble Citadel. Essays on Political Philosophy in our Modern Era of Interacting cultures, The Chinese University Press of Hong Kong.

Nathan, Andrew, “The Place of Values in Cross-cultural Studies: the Example of Democracy in China”, en Paul Cohen and Merle Goldman (editors), Ideas across Cultures. Essays on Chinese Thought in Honor of Benjamín Schwartz, Harvard University Press, USA.

Reigadas, Cristina, “Democracia y legitimación política en China contemporánea. Deliberación y virtud”, en Fernández, Lucía (2018), El sueño chino. Política contemporánea, UBASociales/CEAP, Buenos Aires.

Reigadas, Cristina (2016), “Los desafíos políticos en China hoy”, Asia/América Latina, www-asiaamericalatina.org

Sucheta Mazumdar, Vasant Kaiwar, Thierry Labica (2009), From Orientalism to Postcolonialism: Asia, Europe and the Lineage of Difference, Routledge, Oxon.

Suisheng Zhao (2000), China and Democracy. Reconsidering the Prospects for a Democratic China, Routledge, London-New York.

Xi Jinping, Discurso de Inauguración, XIX Congreso del Partido Comunista Chino, 18 de octubre de 2018.

Yu Keping (2009), Democracy is a Good Thing. Essays on Politics, Society and Culture in Contemporary China, Brooking Institution Press, Washington.

Wang Hui (2009), The End of Revolution, Verso, London.

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