Imágenes de China y visiones del futuro

Hay razones muy sólidas para fomentar instancias de diálogo y encuentro entre China y la Argentina. En primer lugar, el papel principal de China en la economía y la política mundial y, segundo, nuestra  asociación estratégica integral.

 Sabemos que un mejor conocimiento ayuda a lograr mejores negocios. Podemos intercambiar bienes, mensajes, personas e ideas, pero si estos intercambios no se fundan en dichos entendimientos los negocios fracasarán, los mensajes no se comprenderán, y las personas e ideas se sentirán ”fuera de lugar”.  Las más sencillas operaciones comerciales, los intercambios más mínimos  requieren conocer al otro.  Un otro que es un sujeto cultural, con sus intereses, preferencias, y valores propios. Un otro al que no se trata de adaptarnos ni de asimilarlo, sino de escucharlo  y entender en sus propios términos a partir de los nuestros. Este es el primer paso para que se produzcan  aprendizajes mutuos.

 

Las imágenes pasadas de China

 

En nuestro capital intelectual “normalizado” de  China disponemos de diversas imágenes originadas en distintos momentos históricos que, sin embargo, se superponen. Algunas   anacrónicas, otras   descontextualizadas,  aunque activas en  la producción de conocimiento y en la  reproducción de visiones esquemáticas y de prejuicios.  

En primer lugar, tenemos una imagen tradicionalista, producto del “orientalismo periférico” de los primeros viajeros a China, imagen negativa  reforzada en la época independentista por la  idea del ´´despotismo oriental”,  marco por medio del cual  se explicó nuestra dependencia idiosincrática de líderes y ´caudillos´. Esta imagen se entrelazó con el orientalismo moderno, creando un ambiente exótico, misterioso y una  visión bastante irreal de Oriente, basada en premisas estéticas.

En el siglo XX  la crisis civilizatoria europea abonó imágenes positivas de Oriente: una pacífica y democrática, la de India; otra revolucionaria, la de China. Ambas universalistas y modelos de realización de la humanidad. 

En los 80 y con  el inicio de la  “Reforma y Apertura”, China reapareció en nuestras imágenes. Bajo la urgencia de las críticas posmodernas, las imágenes orientalistas y revolucionarias de China tuvieron que ser deconstruidas. China comenzó a ser vista en términos de "diferencia cultural", un ´otro´, que debía entenderse a su manera y desde su propia singularidad.

A esta visión culturalista (que algunos no vacilan en caracterizar como “orientalismo en reversa”), se agrega otra neomoderna, la de China como experimento político económico que combina mercado capitalista, partido único y principios socialistas férreamente conducidos por el Estado.   Estas dos imágenes (la culturalista y la neomoderna) se solapan  y en cierto modo desactivan mutuamente: ni exótica ni revolucionaria, China ahora es un  otro cultural con el que se pueden desarrollar relaciones de cooperación sur-sur.

Todas estas diferentes imágenes de China hablan  de China tanto  como de nosotros mismos y todas y cada una de ellas deben ser indagadas críticamente.

 

La  imagen neomoderna

La imagen neomoderna de China, la de la China posrevolucionaria y la de la China en ascenso político y económico  en el siglo XXI genera dos visiones conflictivas y opuestas a lo largo de los ejes independencia/neocolonialismo y esperanza /miedo.  Por un lado, la ilusión de una nueva cooperación sur-sur y, por el otro, la desconfianza también secular hacia China, el temor a un nuevo colonialismo: ¿Vamos a un mundo multilateral con nuevas reglas, al que China contribuirá como hermano mayor cooperativo y benévolo, liderando a los países emergentes, o será un nuevo hegemón?  ¿Qué significa la propuesta del sueño chino como sueño de la humanidad, la armonía de ´todo bajo el cielo´, y cierta revitalización de la idea de ´imperio´ en el despliegue de la Iniciativa de la Ruta y de la Franja?

 

La visión china del futuro

Hoy la pandemia ha tornado aún más evidente que difícilmente puedan provenir visiones innovadoras del futuro de los  Estados Unidos  o de Europa.  Y también la pandemia parece confirmar que China no sólo tiene una visión del futuro para sí y para el mundo, sino que está dispuesta a ejecutarla con decisión. Ciertamente   las hegemonías se han sucedido a lo largo de la historia tanto como los imperios, y los errores y las respuestas altisonantes no son ajenos al escenario internacional. ¿Qué es lo nuevo, entonces? No por cierto la declinación de Occidente, sino quizás que el liderazgo global pase a Oriente y que lo ejerza ahora una potencia a la que Occidente nunca ha escuchado suficientemente. Una potencia que tiene un proyecto político civilizatorio. Una vez más, el excepcionalismo” chino en su mejor momento, la oportunidad de legitimar antiguos pergaminos  de grandeza  y de liderar   la construcción de una nueva modernidad global, aun cuando sin apetencias  de aventura neocolonial. (Imperio no es imperialismo).

Sin embargo, son muchos los interrogantes.  Por un lado, el sueño chino es específicamente chino y, a la vez, universal. Y esto no pareciera ser solo una cuestión discursiva.  Las ideas de armonía,´ tianxia´ e imperio y las realizaciones prácticas de la Iniciativa de  la Ruta y de la Franja  parecieran hablar de decisiones estratégicas.   Ciertamente el pasaje del sueño chino al sueño mundial llevará tiempo y no se transitará sin riesgos ni dificultades, dado que requerirá complejas negociaciones entre diversos  pueblos, naciones y regiones, entre muy distintas  organizaciones económicas, políticas y sociales, entre diferentes  valores, estilos de vida y culturas.

Y es en este punto donde quizás estriben las dificultades más importantes.  Porque la Iniciativa de la Ruta y de la Franja propone un  modelo de desarrollo basado en la inclusión y la conectividad de todos los continentes del mundo, hay que preguntarse  cómo compaginará China su ´leitmotiv´ histórico de vivir y dejar vivir, de no pretender cambiar a nadie y de no permitir ser cambiada por nadie, con la noción de aprendizajes mutuos que el mismo Xi ha planteado en relación al sueño chino y que las prácticas mismas de la Iniciativa implican.

Surgen múltiples preguntas: ¿Cómo se resolverán las tensiones entre sistemas económicos y políticos desiguales? ¿Y mediante qué procedimientos, por quiénes y con qué criterios ?  ¿Cómo se legitimarán las decisiones? ¿Cuál será el grado de participación y aceptación de los actores incluidos? En fin,  ¿en qué se diferencia el modelo de desarrollo propuesto por la Iniciativa del cuestionado modelo nordatlántico?  Esta nueva Ruta de la Seda, ¿será el fin del monólogo occidental y el inicio de un auténtico diálogo? Si todo aprendizaje supone renuncias y sufrimientos, como sostiene Metzger, construir un nuevo orden mundial requiere en parte dejar de ser lo que somos: ¿estarán/estaremos  todos los protagonistas dispuestos a ello? 

 

*Artículo publicado originalmente en el 30° número de la revista DangDai. Disponible en dangdai.com.ar

† Una versión extendida fue presentada como ponencia en la cuarta edición de la Semana de la Cultura China, organizada por la Universidad de Congreso. Puede verse en: https://www.youtube.com/watch?v=Y6ZyBiXUJ6M


 

 

Comentarios